CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO NOSTALGIA POR LA TRADICION Y EVOCACION DE VIVENCIAS

DOS TRABAJOS LITERARIOS DE LA POETA LEONORA ACUÑA DE MARMOLEJO SOBRE LA NAVIDAD


NOSTALGIA POR LA TRADICIÓN PERDIDA

Por: Leonora Acuña de Marmolejo

Estamos en la temporada navideña y nos aprestamos a celebrar una vez más la natividad de Jesucristo o Navidad. Pero cada vez observamos con pesar, que se ha perdido casi totalmente el verdadero espíritu navideno que involucra el sentido religioso de esta.
Por haber pasado mi infancia en un pueblo hermosamente sano y sencillo, tuve el privilegio -digámoslo así-, de haber tenido vivencias realmente bellas como lo era la novena que precedía a tal celebración y que se hacía en los templos o en los hogares, con cánticos pastoriles sencillos que despertaban la fantasía de los niños dándoles en forma tan sublime, la idea y la razón de dicha festividad.
En esas novenas, niños y adultos cantaban villancicos, tocaban las panderetas, las maracas, y los cascabeles amenizando aquellas horas vespertinas. Las amas de casa preparaban dulces, manjares, galletas, y colaciones que luego intercambiaban con sus amigos, parientes y vecinos en un derroche de fraternidad, amistad y amor; y el orgullo de cada señora era presentar la bandeja más exquisita que se vestía con delicadas servilletas de lino rematadas en punta de encaje, muchas veces elaboradas artísticamente por las manos de las mismas mujeres de la casa.
En la víspera de la Navidad, las familias con sus niños atendían a la famosa “Misa de Gallo” que en la mayor parte de los templos era dramatizada bellamente por las damas de la parroquia. Todo ello era para la mente infantil, un suceso esplendoroso de mística y devoción que iba tejiendo bases muy fuertes en su mente y en sus raíces ancestrales creando una identificación con el mundo exterior que le rodeaba: con sus padres, con sus hermanos, con sus congéneres. Al llegar del templo los niños se retiraban a sus alcobas a dormir y sus padres velaban unas horas más, a fin de colocarles sus regalos cerca de sus camas o bajo las almohadas para -antes de rayar el día-, despertarlos con pitos, pífanos y armónicas, alimentando en ellos la bella creencia de que el Niño Dios había llegado a traerles los regalos (por supuesto), cuidando de no destruir en ellos el bello simbolismo. “El Niño Dios” desaparecía por las ventanas en un santiamén. Al día siguiente se atendía de nuevo a la misa de Natividad. Todos asistían con sus mejores galas y no era raro que algunos niños se llevaran a hurtadillas algunos de sus juguetes recibidos horas antes y los hicieran sonar en medio de la misa. Al llegar del templo la familia entera se reunía en el comedor para atender el suntuoso almuerzo en donde se hacía derroche de mantelería, de buen gusto y de sabores. No faltaban el famoso manjar blanco o arequipe, con coco, las brevas rellenas, los buñuelos, el arroz de leche, los dulces de almíbar, la natilla , los hojaldres y el tradicional sancocho de gallina.
Todo era amor, amistad y familiaridad. En los templos y en algunos lugares públicos se arreglaba el pesebre en movimiento con lujo de arte y religiosidad, y pudiera decirse que no había entonces, hogar en donde éste no se colocara. El simbólico árbol fue llegando a la tradición posteriormente. Pero por aquella época no había como ahora, una exhibición de regalos que muchas veces parece una competencia de precios o de poderío económico. Todo era sencillo, y sinembargo los niños recibían eufóricos sus obsequios, los que a pesar de no ser tan modernos, llenaban sus aspiraciones infantiles:
muñecas, carritos, bombas y juguetes que sin ser tan sofisticados como los de hoy, (cuando la tecnología electrónica muestra sus grandes avances científicos), los dejaban complacidos.
Esa era la típica celebración de la Navidad. Ahora esa preciosa tradición parece desaparecer sacrificada en aras de nuestra moderna tecnología, que aunque admirable por cierto, parece en su vértigo y avalancha de progreso, estrangular sin querer, aquel auténtico espíritu religioso que en medio de esa simplicidad de antaño y con tánta ternura e ingenuidad, ayudaba a mantener unidas a las familias con el fuerte lazo de la fe y de nuestra sagrada historia bíblica llena de pasajes místicos y de trascendentales simbolismos.
Todo ello se daba en un ambiente familiar y parroquial que nos aglutinaba con amor y comprensión . Ahora esa bella celebración se ha convertido bajo el alud comercial, casi podríamos decir, en una competencia de regalos y de juguetes tan sofisticados, caros y a veces tan complicados o tan mecanizados por el cerebro mágico de las computadoras, que muchas veces los niños prontamente abandonan porque en muchos casos estos juguetes, son fabricados sin sicología de tal manera que no despiertan en ellos ni interés, ni motivación, o les aburren prontamente por la monotonía de su funcionamiento.
Son muchos los casos en que el juguete más caro no es necesariamente el mejor, y el niño opta por jugar con lo más elemental y simple: un carrito hecho por él con cajas vacías o algún juguete elaborado con materiales rústicos, porque su mentalidad en los primeros años, tiende a ser más objetiva que subjetiva. Por eso prefiere muchas veces, lo que despierta en él la creatividad. De allí, que no sea precisamente más feliz el niño que posea los juguetes más costosos, y por eso se hace imperiosa la necesidad de seleccionar sus regalos de acuerdo a su edad e intereses.
Todas esas tradiciones perdidas, como dije antes, al lado de la segregación de las familias y de la emigración que a su vez en muchos casos es consecuencia económica, política o social, van dejando en el espíritu un sabor de melancolía, nostalgia y pesar por algo que se escapó de nuestras vidas: esas pequeñas- grandes cosas que antes aglutinaban y hacían más compactos los lazos anímicos del núcleo familiar y comunitario. Por estas razones creo decir sin pecar de retrógrada o de rechazo al progreso, que la celebración de la Navidad, se ha convertido por decirlo así, en “ la fiesta de los almacenes” sitios en los que en muchos casos ni siquiera de escucha un villancico o una música alusiva a tal celebración que nos recuerde el verdadero espíritu de toda esta actividad.
Lo más típico es que en ciertos casos, este torbellino de gastos en obsequios (tanto para los niños como para los adultos) resulta exagerado para la economía familiar porque no se toma el regalo como debiera ser: en el sentido de una demostración de afecto, sino como antes dije, en derroche o demostración de amplitud económica. Sobrevienen entonces muchas veces, la angustia y el afán por cubrir gastos que quizás se postergaron para participar en una celebración (casi comercial), vacía del verdadero espíritu religioso que deba darle sentido, y finalmente en esta forma, sentimos aún más la ¡NOSTALGIA POR LA TRADICIÓN PERDIDA!


EVOCACIONES DE VIVENCIAS NAVIDEÑAS

Por: Leonora Acuña de Marmolejo

Como suele ocurrir, el agonizante otoño deja sobre el prado su alfombra de hojas no ya de suave tersura y de esplendoroso colorido, sino crujiente y de opaco aspecto. Para dar paso a las decoraciones del místico diciembre cuando este se avecina, es preciso dejar el suelo libre, despejado de vestigios autumnales a fin de “entronizar”-digámoslo así-, los símbolos navideños que tánto regocijo nos traen ya que representan la celebración del más grande acontecimiento de nuestra religion católica, como lo fue la venida del Mesías, que marcó una nueva era en nuestra historia.
Pues bien: en aquel languideciente y aún tibio día de otoño, limpiamos el prado una vez más de los últimos vestigios de la temporada y nos dispusimos eufóricamente a celebrar la bella Navidad que regocijadamente une con sus tradiciones a familias y amigos. ¡Cuánta felicidad sentí aquella mañana transparente y soleada al ir a la caseta del patio posterior para sacar las cajas en las cuales cada año, al final de la temporada, solemos almacenar los adornos, guirnaldas, coronas, estatuillas de Santa Claus, ciervos, conos de pino, estrellas, moños de terciopelo, luces etc etc.!
Siempre he pensado que lo más genuinamente hermoso y placentero, radica en las cosas más simples de la vida. Así lo corroboré al ir descubriendo poco a poco y hasta con pueriles admiración y euforia (como si se tratara de un mágico tesoro de sorpresas agradables), arreglos e implementos casi olvidados tras de un año del absorbente ajetreo del diario vivir.
Mi hija y yo, parecíamos un par de chiquillas alborozadas cada vez que ante nuestros asombrados mas halagados ojos, “descubríamos” algo “nuevo” envuelto cuidadosamente entre papel de seda o espuma plástica. Tras de esparcir jubilosamente todos estos ornamentos que serían luego organizados adecuadamente y colocados bien fuera en el jardín exterior, o adentro en puertas, ventanas, escaleras, mesitas o vitrinas, sacamos otra caja (que solemos guardar celosamente dentro de la casa como un tesoro), conteniendo la más preciada colección progresiva de las fotos de la familia; fotos que cada año hemos venido tomando; que registran momentos inolvidables, y que harán historia para las generaciones posteriores. ¡Cuánto gusto sentimos al mirar allí a los chiquillos de años anteriores; uno de ellos, por ejemplo: mi nieto Jason Kenneth -entonces de dos años- (llorando desconsoladamente en brazos del Santa Claus en alguno de los almacenes que promueven estas celebraciones), ahora, convertido en todo un professional. !Increíbles las transformaciones que el tiempo opera, mientras nuestra mente a veces congela las imágenes en determinada época!
Entonces vino el inmenso placer de reemplazar los portarretratos de la unidad de pared, por un collage con esta entrañable memorabilia, que es de un valor insuperable dentro de nuestra amorosa y unida familia, constituída inicialmente cuando llegamos de Colombia (en 1.966), por mi esposo y yo, y nuestros cuatro niños (la familia Marmolejo-Acuña). Al devenir de los años, la familia se extendió al incorporarse a ella nuevos miembros de ascendencia estadounidense y europea, formando la nueva generación.
¡Aquella primera Navidad aquí en New York, fue algo esplendoroso! Mi marido y yo, llevamos a nuestros cuatro retoños (el más pequeño entonces de menos de dos años), al famoso Rockefeller Center . ¡Qué regalo para los ojos y para la fantasia! ¡Y qué fervoroso recogimiento y dicha sentimos también al visitar la grandiosa catedral de San Patricio! ¡Fue algo inolvidable!
¡Cuántas cosas amables de gratísima recordación, tanto de esta nuestra patria adoptiva, como también del suelo nativo que habíamos dejado!
Ahora no podríamos rememorar la celebración navideña, sin asociarla al olor fragante del pino, amén del de las castañas horneadas que solemos comer acompañadas de un vinillo y galletitas, mientras arreglamos el interior colocando coronas y guirnaldas aquí y allá; en el alféizar de la ventana de la sala, la villa y el imprescindible Pesebre Navideño.
¿ Y qué decir de la evocación que viene a nuestra mente con una mezcla ambivalente de melancolía y regocijo mientras escuchamos los famosos villancicos de ingenuo y bucólico sabor con música de flautas, cornetas, panderetas y maracas, que nos llevan a rememorar nostálgicamente esas inolvidables fiestas navideñas en mi preciosoValle del Cauca, en mi adorada patria Colombia?
Allá, esta celebración se daba sin mucha sofisticación, dentro de la gran, admirable simplicidad de esos años, mas con un profundo sentido religioso. Hablo del tiempo precedente a nuestra llegada, cuando vinimos como inmigrantes para residir aquí -según mis cálculos-, por unos dos o tres años mientras trabajando conseguiríamos el dinero necesario para construir el edificio donde continuaría funcionando el colegio “Eugenio Pacelli” que con tánta devoción y amor había fundado yo, allá en el antiguo y elegante barrio Versalles de Cali.
Mas no todo se da como lo planeamos, y a veces Dios, en su infinita sabiduría, nos abre otros caminos, por alguna críptica razón más conveniente. Como es de anotar, en este maravilloso y amado país tuvimos puertas abiertas tan generosamente, que poco a poco mis hijos y yo nos fuimos aculturando a él, sin olvidar por supuesto nuestro amado país de origen, por el que a menudo, y como es natural, me asaltaba una profunda melancolía. Así pues, nos quedamos felizmente a vivir por siempre en esta “Tierra de Promisión” a la que hemos llegado a amar profundamente, pues al llegar la nueva generación, también echamos raíces aquí. Por la época en que dejamos Colombia, se acostumbraba arreglar allá el pesebre en movimiento, en un derroche de inolvidable rusticidad, ingenuidad y fantasía que dajaba huellas inborrables en las mentes infantiles, con la importancia de trascender perpetuamente como tradiciones culturales, a las futures generaciones.
¡Cuánta nostalgia nos produce ahora el recordar el ambiente impregnado del olor a canela, a clavos de olor y a nuez moscada de los acostumbrados manjares (dulces en caldo, buñuelos, manjar blanco, arroz con leche, hojaldres, y todas esas ricuras), que las señoras de la casa preparaban con anticipación a la Nochebuena! ¡Y cuán dulce nostalgia al evocar su plácido ejetreo preparando la mantelería y la vajilla de porcelana fina especial para las grandes festividades como lo era el almuerzo de pascua que congregaba a toda la familia ¿Y qué decir de la famosa y mística “misa de gallo” en la que gracias al binomio, artificio y buena voluntad de los parroquianos, a la media noche y ante las miradas arrobadas de niños y adultos, “descendía” el Niño Dios por una cuerda invisible desde el coro hasta el altar? ¡Faltaban ojos y sentidos a las mentes de los seres fervorosos y bellamente ingenuos, para percibirr en todo su mágico esplendor, este “prodigio milagroso” mas de profunda raigambre religiosa!
Pues bien: aquel día, cuando terminamos de colocar todas las decoraciones para la celebración navideña, vino con su madre a visitarnos, mi nieta más pequeña Alexa Nicole, de un poco menos de tres años de edad y nuestra dicha fue completa cuando gritó jubilosa tras ver el Santa Claus en el jardín: ¡Jo, Jo, Jo! ¡Sata hie! (Santa aquí) Claro que como dato hilarante debo ser sincera y confesar, que a decir verdad, yo estoy celebrando Navidad desde el mes de Julio (por lo menos), cuando ella ( a quien tengo el inmenso placer de cuidar los martes), persiste en ver una y otra vez, la cinta de Sésame Street “Elmo saves Christmas”, en la cual muy exitosamente toma parte, la renombrada y destacada poetisa norteamericana Maya Angelou…
Ahora cuando han transcurrido los años, puedo decir con orgullo y satisfacción, que no solamente hemos conservado nuestras viejas y bellas tradiciones sino que también hemos incorporado a estas, las folklóricas de otros pueblos, amalgamándonos humanamente a ellos como la comunidad mundial que el Mesías quiso que fuéramos, cuando vino a la tierra en forma humana.